Historia de la gastronomía del hombre bíblico, desde el exilio de Abraham (1800 antes de nuestra era aprox.) hasta el siglo I.
lunes, 27 de junio de 2011
La influencia de las grandes civilizaciones en la gastronomía bíblica: Fenicia
El pueblo hebreo no había emigrado aún desde Ur hasta Canaan cuando los fenicios eran ya una civilización de más de mil años de antigüedad.
Desde las ciudades costeras de Tiro, Sidón (actualmente Saida), Biblos, Berytos (la actual Beyrouth), Arvad (Rouad), Akko (San Juan de Acre), Ugarit, Zarephath (Sarafand) y Simyra, los fenicios habían constituido un verdadero imperio marítimo con varios puertos anexos en la cuenca del Mediterráneo.
El nombre de fenicios le fue dado por los griegos ya que se habían especializado en la fabricación de la púrpura - el tiente rojo violáceo profundo de origen animal – o phoinix.
Rico, refinado y pacífico, el pueblo fenicio hablaba un idioma semítico derivado del cananeo, su identidad se había formado bajo la influencia del Imperio Akadio en Mesopotamia; profesaban una religión panteísta en la que Baal o “el señor” era la principal divinidad, al lado de Astarté, aunque cada ciudad tenía su propio dios protector. Si bien desde siempre las ciudades-estado de Fenicia se habían destacado en el comercio, su monopolio marítimo fue favorecido por una sangrienta tragedia que envolvió parte del mundo entonces conocido: los misteriosos Pueblos del Mar comenzaron una serie de invasiones en el Mar Mediterráneo, arrasando el reino de Micenas, destruyendo las ciudades fenicias, y amenazando seriamente Egipto. La caída de Micenas – del cual dependía Fenicia - les permitió recuperar su independencia y erigirse como señores del Mar.
Durante siglos los fenicios soportaron los asaltos babilonios y persas – como las guerras propiciadas por Nabucodonosor II y Darío III entre otros -, pero su sentido de organización y su ejercicio y pericia en la ars bellica y en la estrategia guerrera era tal que, por ejemplo, cuando los Pueblos del Mar asaltaron sus costas, las ricas ciudades de Biblos y Sidón habían sido ya íntegramente evacuadas.
Los fenicios no llegarían a sucumbir sino 300 años antes de nuestra era bajo la espada de Alejandro Magno.
Geográficamente, Fenicia se presentaba como un país poblado de bosques, esencialmente de cedros, cipreses y otras coníferas; era una franja de tierra muy estrecha, de apenas 8 à 12 km de ancho por unos 230 de largo entre las montañas de Líbano, pobladas de espesos bosques de robles, cedros y pinos, dando cara al mar. Su frontera norte era el río Oronte y la del sur el Monte Carmelo.
Muy pronto los fenicios prefirieron fundar un imperio marítimo en vez de aventurarse tierra adentro con ánimo de conquista. Pese a lo pequeño de su territorio, los fenicios supieron explotar su olfato mercantil, su astucia y su coraje nato para adentrarse en el entonces mar desconocido. De hecho tuvieron casi íntegramente el monopolio del Mediterráneo hasta la invasión de Alejandro de Macedonia.
Las representaciones de su poderosa flota nos ha llegado gracias a algunos espléndidos bajorrelieves egipcios y asirios: las naves negras de velas cuadradas y proa en forma de cabeza de caballo que eran utilizadas tanto en la defensa como en el comercio, parecían invencibles. A su lado, los marineros fenicios: altos, musculosos, hermosos, abiertos de espíritu y, sobre todo, charmeurs, absorbían lo mejor de las culturas que iban conociendo en sus itinerarios marítimos y lo difundían por toda la cuenca del Mediterráneo.
El hecho que los griegos hayan llamado a la Osa menor “la Fenicia” – ya que los fenicios se guiaban por esta constelación durante sus viajes - dice mucho de la influencia y los conocimientos marítimos de este pueblo que monopolizó la navegación mediterránea durante varios siglos.
La sucursal más famosa y rica de los fenicios era Cartago, desde donde probablemente se lanzaron a navegar más allá del estrecho de Gibraltar, extendiendo su influencia llegó hasta el reino de Tarsis (Tartessos ), del que habla la Biblia.
Comercio
En sus temidas y envidiadas naves negras, los fenicios realizaban el comercio de maderas preciosas, como el cedro – rojizo y muy resistente - y el ébano de las montañas calientes y rocosas de Africa; perfumes de diversa proveniencia, marfiles y la propia y exquisita artesanía de vidrio.
Del legendario país de Ophir , de donde el Rey Salomón había recibido cargamentos de oro, de madera de sándalo, piedras duras, marfiles, pavos reales y monos, Fenicia importaba para su distribución piedras preciosas de un brillo y pureza extraordinarios.
En el género alimenticio exportaban aceite de olivo, vino, que transportaban en sus ánforas redondas y ventrudas, y cereales de Palestina.
Además de plata y el cobre de Tartessos, los fenicios comercializaban de una manera especial el estaño del sur de España que servía a la producción del bronce, así como el hierro.
Capítulo aparte merece la confección y exportación de la púrpura, una tintura – como hemos dicho – color rojo-violáceo profundo (a diferenciar absolutamente del violeta), que los fenicios confeccionaban a partir del Murex, un molusco del género gastropoda. Estas conchas se encontraban fácilmente a orillas del Mediterráneo pero sólo los fenicios tenían el secreto de la púrpura.
En otras regiones otro género de este molusco – el Murex trunculus – proporcionaba una tintura color violeta o amatista.
El costo mutan elevado de la verdadera púrpura hacía que se destinara casi exclusivamente a las telas de las clases dirigentes, nobles y sacerdotes.
Intercambios con el pueblo hebreo
Hacia el año 1800 antes de nuestra era, cuando se supone que Abraham entraba en Palestina, la Fenicia era ya una civilización antigua; y al momento en que pudo producir la migración hebrea de Egipto dirigida por Moisés, Tiro era ya una escala forzada para quienes se dirigían a Siria, después de Meguiddó y Acre .
Ya en la época de Salomón el rey fenicio de Tiro, Hyram, había proporcionado mano de obra experta para la construcción del Templo de Jerusalén, gracias a lo cual los fenicios habían recibido veinte ciudades galileas como recompensa (cf. 1 Reyes 9: 10-14).
Una alianza entre las realezas hebrea y fenicia hizo posible que una enorme flota mercantil surcara el Mar Rojo para el comercio de oro y piedras preciosas.
Más tarde la relación entre los dos pueblos se reforzó con el matrimonio de la princesa Jezabel, hija del Rey de Tiro Iothobaal I, con Achab, Rey de Israel. Como era de prever, la Reina Jezabel reclamó su libertad de conciencia e introdujo a Israel el culto a Baal, con sus ritos sexuales públicos y libaciones de vino perfumado con especias, lo cual atrajo la ira del profeta Elías. Pese a todo el contacto comercial se mantuvo durante siglos.
En cuanto al pequeño comercio, basta saber que eran mercaderes fenicios los que vendían pescado seco o el salmuera en las ciudades hebreas.
A través de los siglos los fenicios ejercieron una enorme influencia y fascinación sobre sus vecinos israelitas, tanto por el agudo sentido del comercio como por el lujo ostentador de su vida citadina. Pero no fue hasta el reinado del Rey David cuando Fenicia y el Reino de Israel alcanzaron una alianza que fue más allá del simple intercambio comercial; se trató de una verdadera compenetración que permitió a los súbditos de David abrirse nuevos horizontes, entrever e intercambiar con otras culturas, dar sus primeros pasos en el comercio (que lograría un empuje notable durante el reinado de su hijo y sucesor Salomón) y a la industria, al mismo tiempo que Tiro procuraba al pueblo de Israel una mano de obra especializada.
Gracias a los fenicios, el pueblo hebreo se abrió camino en el mundo mediterráneo y tuvo contacto o, al menos, noticia de productos los más variados del Mediterráneo, venidos de lugares tan lejanos como Trípoli, en Africa del Norte, Tartessos, Málaga y Onoba (Huelva) en España; Olisipo (Lisboa), así como Chipre, Malta, Sicilia y Cerdeña.
La gastronomía hebrea se enriqueció con la utilización esporádica de ingredientes exóticos como los huevos de avestruz, al tiempo que la religión de Yahveh se corrompía con los extraños amuletos y misteriosos talismanes que, con los escarabajos antracitas de Egipto, los fenicios traían de países tan lejanos como Inglaterra.
La Biblia nos deja ver apenas de soslayo esta realidad atestada por la arqueología y la Historia, pero si Salomón constituyó mas tarde una flota comercial en el Mar Rojo (el Mediterráneo seguía siendo privativo de los fenicios) fue gracias al saber marítimo de sus fastuosos vecinos.
Entre los aportes de las ciudades fenicias a la gastronomía hebrea, tenemos tres apartados principales, aparte el tipo de horno fenicio típico que fue adoptado en toda Palestina durante casi dos milenios.
Peces
Los fenicios aportaban una rica variedad de peces del Mar Mediterráneo a la dieta hebrea, que no consumía sino pecados de Mar de Galilea.
Los mercados de Jerusalén y otras ciudades se vieron inundados de pescados de mar rara vez frescos, es cierto, pero que se vendían generalmente secos con sal o incluso en salmuera – mezcla de agua dulce natural y sal - o escabeche, con ajos y cebollas, precintados en grandes botijos, piezas que en principio iban contra las leyes alimenticias, como por ejemplo
Enormes trozos de tiburón mediterráneo, atún, bonito, merluza, congrio, sardinas, anchoas, truchas, arenques, anguilas, caballa entre muchos otros. O cual nos hace ver que no todos en el pueblo hebreo eran judíos practicantes estrictos de las leyes alimenticias.
Juniperus phoenicia
Especias
Una de las especias locales importadas a Palestina se trata de bien llamado enebro de Fenicia (Juniperus phoenicea L.) un arbusto conífero que, en otro tipo (Oxycedrus) puede llegar a medir 5 metros de alto, y que en realidad es frecuente encontrar en el Mediterráneo y que abundaba en las costas fértiles de Fenicia. Sus frutos bulbosos tienen una fragancia muy especial gracias a los aceites esenciales, perfumes alcanforados y diferentes resinas. Los fenicios obtenían incluso un licor muy fuerte dejando macerar las bayas color violeta profundo.
Según una tradición, la cruz en la cual fue crucificado Jesús, habría sido hecha de madera de enebro.
El enebro llegó a adquirir una significación sacra debido al perfume que emana; se supone que a él hace alusión Moisés cuando prescribe la purificación de quienes han estado en contacto con un leproso o con un cadáver (Levítico 14: 4-51)
Olivos
Los fenicios aportaron sus conocimientos en la utilización múltiple del olivo.
Hacia el año 1200 antes de nuestra era tuvo lugar la más grande expansión fenicia en el mundo entonces conocido; las naves negras llegaron a todos los rincones del mundo entonces conocido; algunos estudiosos piensan que llegaron a la isla de Thulé (Islandia) antes que lo hiciera el navegante griego Phytéas en el siglo IV antes de nuestra era. Ciñéndonos al área mediterránea, fueron los fenicios quienes implantaron el olivo en Africa del Norte (sobre todo en Cartago), en Italia y el sur de España.
En Ugarit se han encontrado los restos de los primeros lagares de olivo que datan de la época en que Abraham abandonaba Ur, pero la arqueología ha probado que se trataba ya de una industria que databa desde antiguo.
Los fenicios parecen haber sido entre los primeros a crear el jabón de aceite de oliva, que mezclaban con ceniza y aceite de laurel. Además del aseo personal sus propiedades desinfectantes lo hicieron pronto indispensable en la medicina. Hoy en día en la ciudad de Alep sigue fabricándose este aceite milenario con la misma fórmula.
Al final, las técnicas fenicias fueron asimiladas en cuanto a la utilización del olivo pero en Palestina la religión llegó a prohibir la utilización de aceite fenicio o griego debido a que eran manos paganas quienes lo fabricaban, tan sólo podía utilizarse el aceite salido de lagares hebreos.
En el capítulo de las plantas hay que recordar que los fenicios contribuyeron a difundir los sabrosos cardos azules, que se comían hervidos y sazonados con aceite y especias. Una infusión de flor de cardos era bastante conocida en medicina como diurético.
Fueron también los fenicios quienes fabricaban un licor hecho con el fruto del algarrobo, espeso, azucarado, con un ligero sabor a chocolate (desconocido entonces) que se mezclaba con aceite de oliva o de sésamo y que constituía un energético poderoso.
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